La lección del jarrón

El hecho de que exista el perdón, no te da derecho a romper el corazón de alguien una y otra vez.

Nacho era un niño sumamente impulsivo y, a sus siete años, tenía muy mal genio. Sus padres, empresarios los dos, tenían una gran mansión llena de cosas lujosas pero poco tiempo libre para educar convenientemente a su hijo. La niñera o “nani” como él la llamaba, era quien se esforzaba todo lo posible para darle a Nacho el cariño y la dirección que sus progenitores no podían ofrecerle.

A Nacho no le gustaba que nadie le contrariase y solía gritar e insultar cuando la nani le corregía. Sin embargo, el niño tenía buen corazón y se arrepentía enseguida. Compungido corría a sus brazos y la llenaba de disculpas y de besos. Sabía que ella era, en realidad, lo único que tenía.

La nani quería mucho a Nacho, pero realmente le dolía cuando gritaba e insultaba.

Un día, Nacho se puso a jugar al balón en la sala principal de la casa, donde sus padres tenían algunas valiosísimas piezas de arte, entre ellas un costoso jarrón, situado sobre un pedestal.

Nacho sabía perfectamente que no debía jugar en aquel lugar, pero hizo caso omiso de las advertencias de su nani y se puso a dar patadas al balón, con tan mala fortuna que éste acabó, en un rebote, por dar justo en el pedestal del jarrón. Horrorizado vio, casi a cámara lenta, como el pedestal se inclinaba hacia un lado y el jarrón caía por el otro sin que el niño pudiera hacer nada por evitarlo.

Al escuchar el ruido, la nani apareció por la puerta y vio al pequeño juntando los trozos rotos y pegándolos con pegamento. En aquel momento, la niñera se dio cuenta que tenía ante sí un gran momento para una lección y le dijo:

- Dime una cosa Nacho… Aunque consigas recomponer el jarrón, ¿crees que te quedará igual que estaba?

- No… -dijo el niño compungido-

- ¿Crees que tendrá el mismo valor que tenía antes de que lo rompieras?

- No lo creo-dijo el niño-

- Pues así es, querido Nacho, el corazón humano. Cada vez que tu me gritas o me insultas rompes mi corazón, y aunque luego puedes pegarlo, algo queda roto dentro de mi.

El niño abrió unos ojos como platos.



- Entonces ¿me quieres menos cada vez?

- No -respondió la nani- mi amor por ti no cambia, porque Jesús tiene un pegamento especial llamado perdón que recompone perfectamente todos los trozos de mi corazón y lo deja como nuevo. Pero eso no te da derecho a romperme el corazón siempre que quieras…

- Oh nani…-dijo el niño llorando y abrazándose a la niñera- ¡nunca más te voy a tratar mal! ¡no volveré a romperte el corazón! ¡Jesús me ayudará!…

Después de unos minutos abrazados, Nacho levantó la cabeza, y sin dejar de abrazar a su nani preguntó inocentemente:

- ¿Crees que Jesús me daría un poco de ese pegamento del perdón para restaurar el jarrón y que quede como nuevo para que mis padres no me regañen?

La nani le miró sonriendo tiernamente y el niño le devolvió la sonrisa.

Desde aquel día, Nacho dejó de gritar e insultar a su nani. Cada vez que su mal genio afloraba se acordaba del jarrón roto y del corazón de su nani, cerraba los ojos y le pedía a Jesús que le ayudara a controlar su mal genio. Y por supuesto Jesús le ayudaba.



Esther Azón Fernández (EAF) HopeMedia.es

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